







Entrevista a Jorge Klainman
Un milagro curó una herida
Hay escritores que escriben por placer. Existen aquellos que lo hacen por
contratos pendientes, para lograr fama, o aún por el afán de ganar dinero.
Pero algunos autores escriben por una razón más íntima, más personal: para
cerrar una herida.
Jorge Klainman dejó sangrar su herida por más de 50 años. Hasta que un día
decidió que ya era tiempo y la cerró con un milagro, el séptimo que le
propició la vida.
“Ocurrieron seis milagros que salvaron mi vida”, afirma Klainman.
“El séptimo fue poder escribir mi historia”.
La niñez en Polonia
En el invierno de 1943, un niño judío polaco de 15 años de edad está desnudo
en un campo de concentración. Ha sido marcado para morir.
“Mi mente se rehusaba a comprender la realidad de lo que estaba pasando”,
dice Klainman. “Había llegado el final. Me dispararían y me quemarían junto
con los otros. Pensé en mis seres queridos, a los que pronto me uniría…
Quería, con todo mi ser, que pasara todo. Después no recuerdo qué pasó”.
Y lo que pasó fue un milagro. La herida que no fue mortal, el traslado que
no fue al crematorio sino, gracias a la solidaridad de algunos arriesgados,
a una enfermería.
Jorge Klainman había nacido en el seno de una familia tradicional
judeo-polaca integrada por seis personas. Sus padres, su hermano y sus dos
hermanas. A todos se los llevó la locura del nazismo. A todos menos a él.
Tal vez fue una jugada del destino para que pudiera contar la historia.
Una historia que esperó 50 años para ser contada.
“El viaje desde Posadas a Buenos Aires en tren duraba más de 40 horas”,
relata Klainman. “Por casi dos días no vi más que campo y no escuché más que
el ‘tun-tun’ del tren. Allí pensé que si quería vivir sin caer en la locura
debía no olvidar, pero sí dejar atrás todo e iniciar una nueva vida”.
“Construyó un muro a su alrededor”, acota su amigo Kal Wagenheim.
Klainman pudo así, al finalizar la guerra y decidir su viaje a Argentina,
construir una nueva vida en el país del sur, donde formó su nueva familia,
que hoy se compone de su esposa Teresa, sus cuatro hijos y tres nietos.
A ninguno de ellos le contó la odisea que vivió. Sabían, sí, que había
sobrevivido la guerra, pero los detalles descarnados que golpean desde las
páginas de su libro “El Séptimo Milagro” permanecieron guardados en su
mente.
“Tenía miedo de quebrarme si les contaba. No tenía la fuerza espiritual para
hablarles sobre todo eso”, admite.
“Cuando me bajé del tren en Buenos Aires me di cuenta que debía aislarme del
pasado, empezar una nueva vida. Me aislé de los otros sobrevivientes. Eso me
salvó psíquicamente”, se justifica.
La fortaleza espiritual le llegó a ese joven de 19 años de edad que vio el
fin de la Segunda Guerra Mundial recién cuando cumplió 68 años, a miles de
kilómetros de distancia de lo que fue su pasado.
“La conseguí cuando empecé a escuchar a esos delincuentes que niegan el
holocausto”, dice Klainman. “Fue entonces que decidí escribir el libro”.
Así nació “El Séptimo Milagro”, un libro escrito para su familia y sus
amigos, que hoy ya está traducido al inglés y al hebreo y que conmueve a
miles de lectores en Argentina, Estados Unidos, Israel y Polonia.
“Me cambió la vida”, afirma Klainman. “Yo era muy reservado”.
La Polonia de su niñez
No fue fácil el milagro número siete.
Para escribir la historia Klainman decidió viajar con su esposa a Austria y
a su Polonia natal. Habían pasado 50 años desde la guerra, desde el
destierro que lo obligó a entrar a la Argentina como ilegal, sin patria.
Cincuenta años después regresaba a lo que debería haber sido su lugar para
siempre, pero por el crimen de la guerra se había transformado en un
calvario.
“Entramos a la casa donde viví”, cuenta Klainman. “Fuimos a los campamentos
donde mataron a mi familia”.
La llegada a la casa de su niñez no fue nada sencillo. A la emoción del
reencuentro con un pasado traumático se sumó una sorpresa que los impactó
aún más.
“Estábamos en la puerta y se abrió una ventana del segundo piso”, relata
Klainman. “Sale una viejita que me mira y se pone a llorar: “¡Volviste!”,
¿Qué viniste a hacer aquí?”, dijo. Y se metió adentro y no la vi nunca más”.
Obviamente Klainman no tenía la llave de la puerta, por lo que decidieron
sentarse hasta que alguien entrara al edificio. Cuando un vecino entró, le
siguieron y subieron hasta la puerta misma de su casa. “Pero no pudimos
entrar. No pude golpear a la puerta”, dice.
La emoción había podido más que la voluntad.
Ya en Austria, con un matrimonio amigo decidieron alquilar un auto para
recorrer.
Los recuerdos del prisionero 85143
“Estábamos en un camino y de repente le dije a mi amigo: “Manuel, dobla aquí
por este sendero a la derecha”, recuerda.
“Seguimos por allí unos cinco kilómetros hasta que llegamos hasta
Mauthausen, el campo de concentración donde murió mi familia. No sé cómo
llegamos. Yo nunca había ido por ese camino, no lo conocía. Yo había llegado
allí en el tren de los prisioneros, después de dos días sin comer y sin
agua”, relata asombrado.
Allí pudo mostrarles a todos lo que fue uno de los más grandes campos de
exterminio. “Les mostré los crematorios”.
Con fotos y documentación regresó a Argentina para escribir el libro, que se
publicó por primera vez en 1998.
“Recibí un enorme apoyo de mis hijos”, dice Klainman.
Para todos ellos, incluidos sus amigos más íntimos, el desgarrador grito de
“El Séptimo Milagro” fue una sorpresa.
“Yo sospechaba que tenía un gran dolor”, dice su esposa Teresa, “pero no
sabía lo que le había pasado. Era muy callado, taciturno. Me llamaban la
atención sus silencios”.
Al libro le sucedieron charlas informativas que pronto se transformaron en
masivo interés por conocer la historia de este judío-polaco-argentino, que
desde sus páginas conmocionó a sus lectores y con la misma intensidad lo
hizo desde la tarima, en cada una de sus conferencias sobre el holocausto.
“Kal lo tradujo al inglés”, dice Klainman respecto a su amigo que vive en
New Jersey y que por otra casualidad el destino le cruzó en el camino.
“En 1991 mi esposa Olga consiguió una beca para enseñar un semestre en el
extranjero”, dice Kal Wagenheim.
La pasión de Wagenheim por el tango hizo que le insistiera a su esposa para
elegir a la Universidad de Buenos Aires, que era una de las opciones
posibles.
“Le dije, ‘así cuando yo viaje a visitarte podemos ir a escuchar tango’”,
recuerda Wagenheim entre risas.
Allí, en la sureña capital del tango fue donde conoció a quien hoy es su
amigo, quien varios años después le obsequió su primer libro.
“En el 2000 me llegó un libro a mi casa con una nota que decía ‘Kal, este es
mi libro’. Me impresionó”, dice Wagenheim. “En ese mismo momento decidí
hacer una traducción”. Lo demás ya es historia.
Enseñar la historia
Klainman siente que el antisemitismo existe, no murió con la caída del
nazismo.
“Hay un hecho desencadenante que fue la persecución religiosa fomentada por
Pio XII y la iglesia católica”, asegura Klainman. “Fue fomentado en Europa”,
agrega. “Juan Pablo II fue el primero que comenzó a cambiar la tendencia”.
Por eso planificó, junto a su amigo Wagenheim, una serie de charlas en New
Jersey. Por eso también fue nombrado representante oficial del Museo del
Holocausto de Buenos Aires (aunque el se autodefine como el ‘charlatán’ del
museo), y de tanto en tanto viaja a Israel y a Polonia para dar
conferencias.
“No debe permitirse que el holocausto se borre de la memoria”, dice
Klainman.
Probablemente sea la voz de la experiencia, esa de alguien que sufrió el
increíble horror de la guerra y que quiere estar seguro que ese sufrimiento
no lo padezcan las generaciones futuras.
Siente que su libro fue, como dijera Graham Greene, una forma de terapia,
esa que permite “curar una herida dentro de nosotros”.
Así como lo salvó erigir un muro a su alrededor por 50 años, hoy lo salva el
haber sacado todo ese caudal de padecimientos para enseñar la historia.
“No existe un sanatorio en el mundo que me hubiera hecho mejor que escribir
este libro”, afirma.
Y así debe ser.
Hay escritores que escriben para cerrar una herida.
La herida de Jorge Klainman la cerró “El Séptimo Milagro”.


En noviembre de 2023 fui entrevistado por la revista Motor Digital, editada por mi amigo y compañero del Colegio Nacional Nº 12, el “Glorioso” Reconquista, Gabriel Tomich.
La entrevista fue publicada en la sección “Mi auto fiel”, y en ella comento mi experiencia con mi auto eléctrico Chevy Bolt.















